Tengo excelentes reflejos. De no ser porque odio los exteriores y el deporte, hubiera sido jardinera estrella de algún equipo de baseball, cacho de todo al primer intento, desde zapatos hasta monedas.
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Como sea mis excelentes reflejos, finalmente sirvieron de algo ayer, cuando la mesa en la que estaba sentada reventó por el enorme peso del grupo de figuras de palo fierro que tenía encima.
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Todos ya me veían de paseo al hospital, y yo inmutable, sin atreverme a cuestionar mi capacidad de reacción.